Martín, nacido, criado y “maleducado” (como a él le gustaba presentarse) nació en la misma esquina de Hornos y Rebizzo, frente a donde por 25 años tuvo la verdulería.
Era hijo de gallegos: Carmen, su mamá, y Modesto, ferroviario del tren Pacífico (actual San Martín). Martín (al que también le decían El Flaco o El Gallego) siempre contaba que su papá Modesto había conseguido el puesto de ferroviario porque sabía leer y escribir correctamente… Martín era el quinto de seis hermanos: María Amable, Modesto, Carmen, Carolina Inés y Eduardo Horacio.
Siempre se destacó por ser el animador oficial de todas las fiestas familiares y juntadas con amigos, a los que supo hacerlos por su extrema solidaridad, compañerismo y su gran sabiduría (era un excelente narrador y conocedor de la historia) pero lo que más destacaba en él era su facilidad infinita de buscarle siempre a la vida el costado amigable y hasta si se quiere humorístico.
El destino le quitó la vista a la temprana edad de 45 años, pero la misma adversidad que a muchos condenaría al abandono, hizo que en él floreciera una resiliencia ejemplar.
Supo tener una habilidad increíble para reconocer a las personas por su voz y el ruido al caminar, conocía a la perfección el valor de los billetes, por lo que seguía atendiendo la verdulería (ahora, con ayuda) y acudiendo a comprar verdura y fruta al Mercado de Tres de Febrero.
Se creó alrededor de él una cadena de solidaridad: desde vecinos que lo acompañaban a tomar el colectivo hasta el changarín de toda la vida que lo esperaba en la parada del colectivo 304. No era época de celulares por lo que todo era intuición y ayuda.
Siempre había sido un lector incansable; la ceguera no le impidió buscar la manera de informarse y mantenerse actualizado. La radio se transformó en su fiel compañera.
Siempre atento a la realidad social y política de nuestro país, su vida corrió peligro cuando le allanaron la casa en 1977: sus ideales políticos y sociales no eran del agrado de quienes gobernaban el país… tampoco lo fueron su solidaridad sin límites.
Solía tener un cuaderno donde anotaba los nacimientos del barrio y durante los primeros años de la criatura, las mamás más necesitadas, debían retirar obligatoriamente, una bolsita que él preparaba con sus manos, con frutos de estación y verdura para “el pucherito” de los bebés.
Decía que medio barrio nació gracias a él ya que con su camioneta había llevado a muchas vecinas al hospital, sin importar la hora.
Siempre dispuesto a ayudar, a los chicos que venían a pedir tenía la costumbre de pedirles a cambio que le mostraran el cuaderno de clases (aunque él no veía): era requisito indispensable para llevarse unos frutos.
La política y los cuentos “verdes” eran su pasión, también su familia, que conformó con Silvia, trabajadora incansable a la par de él. Tuvo la suerte inconmensurable de volver a ser padre veinte años después de Verónica y Fernando: en 1988 nació Emiliano (foto).
Martín ya contaba con 54 años y su corazón ya empezaba a traerle problemas; disfrutó a ese pequeño como quizás no pudo con los más grandes; con tardes interminables de historias inventadas, sentados en la hamaca del patio de su casa de Hornos y Parodi.
Emilianito tenía apenas cinco añitos, cuando a papá Martín su corazón lo defraudó, provocándole dos ACV; el último fue mortal… corría 1994, precisamente un 19 de junio como hoy, justo era El Día del Padre…
Quedó, a 30 años de su muerte, el recuerdo de vecinos, amigos y gente que siempre evoca su solidaridad, sus conocimientos y el recuerdo de “su” verdulería repleta de mercadería. Sus hijos se emocionan al encontrar gente que lo recuerda con mucho cariño, sabiendo que para muchos fue el padre, el amigo y el compañero de largas charlas.
QUIENES TANTO LO RECORDAMOS