Nació en el invierno de 1898, en la Capital. Fue el segundo de cinco hermanos, hijos de genoveses. Diplomado en la Escuela Mecánica de la Armada, fue dueño de un gran espíritu de aventura además de un carácter enérgico, díscolo y rebelde.
Practicó boxeo y viajó por todo el mundo, donde este deporte fue su modo de sustento.
El fallecimiento de su padre, en 1926, lo consterna e impulsa su regreso a nuestro país. Ingresa en una fundición que le da la experiencia para manejar los vaciados de bronce en sus futuras obras.
Radicado en Comodoro Rivadavia, en la pensión donde se aloja conoce a un escultor; comienza con arcilla a modelar y copiar las obras de este artista y decide enviar a su hermano Antonio – consagrado artista plástico- dentro de una lata de conserva, un trabajo.
La respuesta no se hace esperar: “…si la muestra es producto de tus manos, venite a Buenos Aires, tenés muchas posibilidades”.
Bajo la dirección de su hermano, Santiago toma contacto con una realidad: el cuerpo humano, sus funciones, sus formas y dimensiones… Muy pronto de la arcilla, pasa al yeso y luego al bronce.
Por entonces, El Café Tortoni era un centro de contacto de intelectuales. Eran los años ’30 y Santiago conoce a Quinquela Martin, Alfonsina Storni, Claudio Arrau, Perlotti, García Lorca, Raquel Torner, Arturo Rubinstein, Juan de Dios Filiberto, José Pedroni… Siempre recordó y admiró en especial a Alfonsina.
Decide venir a Caseros, a casa de su hermana Luisa, en avenida San Martín, casi La Merced, donde levanta su taller. Conoce a Isolda, quien se constituirá en su compañera de vida.
Sus obras comienzan a ser conocidas y requeridas de distintos puntos del país. Las exposiciones individuales y las compartidas junto a Antonio y Ángel generan comentario de revistas especializadas y su nombre se inscribe, junto al de sus hermanos, en el diccionario de plásticos argentinos.
Obtuvo numerosas distinciones y primeros premios. Tuvo un gran sueño: la obra “Amaos los unos a los otros”, que no pudo concretar por la grandiosidad del emprendimiento y la falta de recursos para su realización.
Compró su casa propia en la calle Rebizzo, entre Spandonari y Juan M. de Rosas (foto); la cual, al fallecer el 3 de julio de 1970, a sus 72 años, fue donada junto a todo su patrimonio artístico, a la Municipalidad. Hoy, en ese predio, funciona el Museo Parodi. Una calle de Caseros lleva su nombre.
Datos adaptados de una nota escrita por José Oscar Cabrera