Tiempo atrás, Daniel Escudero, ante esta imagen, comentó:
“Si le habré pasado cera a esos mármoles de la farmacia, y lustrado con Brasso la placa de bronce del farmacéutico. Todo brillaba y relucía.
«La casa blanca del lado creo que inicialmente era de don Hugo Gigliotti, que después construyó un magnifico apartamento encima de su farmacia.
«A pesar de su acento de italiano, don Hugo era africano, específicamente egipcio, de la colonia italiana de Alejandría. Recuerdo haber visto, en el sótano de la farmacia, viejas cartas con estampillas aún con la figura del último rey de Egipto.
«El salón cuadrado era lo más tradicional posible, parecía una farmacia inglesa de fines del siglo XIX, con sus armarios de cedro del Líbano con puertas de vidrio, y entre ellos, la ochava con el reloj encima que era la entrada a la trastienda.
«En 1968, cuando empecé a trabajar con don Hugo, ambas calles tenían árboles y su establecimiento era conocido como «la farmacia de las víboras» porque al lado de la balanza, había un armario tipo cristalera, que tenía encima dos frascos de vidrio de boca ancha y en el interior de cada uno una copa alta con una víbora enrollada y su cabeza inclinada hacia dentro de la copa, que es, ni más ni menos, el símbolo tradicional de las farmacias: el cáliz y la víbora.
Con mis 13 años esos adornos me parecían interesantes pero a mucha gente no le gustaba verlos y cuando la farmacia se vendió, una de las primeras providencias del nuevo farmacéutico – don Roberto Luis Podestá – fue deshacerse de esas “monstruosidades”.
Daniel Escudero

