Medio siglo de su vida estuvo conectado con la trayectoria del cine en nuestro barrio.
Historia que no lo ubica en la grandiosidad de la pantalla pero sí en el terrenal (y no menos importante) interior de la boletería.
El hombre comenzó vendiendo entradas en el San Carlos, biógrafo de la calle Mitre, entre Spandonari y Rosas, cuyo edificio supo ser propiedad del ex gobernador bonaerense Carlos Aloé.
“Fue a principios de la década del ‘50, cuando ingresé al San Carlos; empecé haciéndolo como una changa para juntar plata y poder comprarme una heladera; después, pensaba largar porque mi empleo principal era ser personal civil en la Fuerza Aérea, en Palomar”, nos contó en cierta oportunidad.
El boletero compró su primera heladera (marca Sadre) “que fabricaba la familia Suárez, en Mitre y Frugone”.
Después, siguió vendiendo entradas de cine porque necesitaba adquirir la cocina: fue una “Volcán que le compré a Marisi”.
Cuando completó los electrodomésticos, siguió prendido a la boletería: “Yo creo que el cine tiene una magia, una atracción, no sé cómo definirlo, que atrapa al que trabaja… esto no solo lo digo yo, sino que lo dice mucha gente”, nos confió.
NIÑEZ Y JUVENTUD
El hombre había nacido en la Capital, “en una casa que daba al arroyo Maldonado, cuando no estaba entubado… ahora es la Juan B. Justo”, pero desde muy purrete, la familia se afincó en Caseros, “en Cavassa y Mitre”, para más datos.
“Mi papá fue motorman de tranvía en la Anglo-Argentina”, recordó.
Fue alumno de la escuela N° 8 (cuando estaba ubicada en 3 de Febrero y Belgrano), fue ayudante de confitero en “La Nacional” y dependiente del almacén ‘9 de Julio’ (de don Adelchi Noro), emplazado en “Mitre, entre avenida San Martín y General Paz (actual D. Magdalena)”.
EL ROMANCE CON LA CORDOBESITA
En sus tiempos mozos, afiló con una cordobesa de Huinca Renancó que cada tanto bajaba a Caseros a visitar a una tía. “Se quedaba diez, quince días y volvía a los siete u ocho meses… nos mandábamos cartitas a través de una prima suya… no era nada serio”.
El tema se puso espeso cuando la familia mediterránea se radicó por estos lares y el muchacho, con un ramo de flores que temblaba tanto como sus piernas concurrió a pedir la mano de la mocita.
Siete años de noviazgo “de los de antes” y el “sí, quiero” multiplicado por dos se escuchó en el templo Nuestra. Señora de La Merced.
CINE URQUIZA
“A partir del ‘57, pasé al cine Urquiza; me iba de casa a las siete para la Base Aérea y volvía a medianoche después que terminaba la última función… a mi hija la veía únicamente durmiendo en la cuna”.
Tiempos de oro del cine argentino cuando en las vísperas de los fines de semana el tablero de las ‘numeradas’ desilusionaba al vecino que se topaba con la sucesión de agujeritos vacíos.
“Se agregaban sillas en los pasillos; los martes, ‘día de damas’, la cola se extendía por avenida San Martín y daba vuelta por Valentín Gómez…”.
Nuestro entrevistado recordó a “Lo que el viento se llevó” como la película más impactante y taquillera. También ponderó a películas como “Las aguas bajan turbias”, “Así es la vida”, “La guerra gaucha”…las películas argentinas convocaban a muchísimo público”.
“Muchas veces tuvimos que llamar a la Policía, que venía a caballo, para controlar los tumultos”, destacó.
Repasando la película de su propia historia en el Urquiza, recordó épocas en las que en el cine trabajaban: “el que ‘hacía puertas’ (el que cortaba las entradas), tres carameleros y hasta cuatro acomodadores por función”.
Acomodadores entrañables como ‘Cacho’ Álvarez, el ‘Pibe’ García, ‘Cacho’ Miño… “muchachos fenomenales y trabajadores… uno de los que “hacía puerta” y era un dandy por su presencia y su verborragia fue el ‘Bocha’ Pelossi…”.
COMBINADORES EN MOTO
Tanta acción como la que atornillaba a la butaca a los espectadores frente a la pantalla, protagonizaban los audaces “combinadores”, muchachos que en moto se trasladaban de una sala a otra, transportando las “latas con los rollos de película. Cada película estaba integrada por diez o doce latas y la llegada de las motos tenía que estar perfectamente sincronizada porque la misma película se estaba dando en dos o tres cines a la vez”…
VELADAS DE TEATRO Y MÚSICA
También tenían gran convocatoria las esperadísimas presentaciones de las compañías de radioteatro que eran devotamente escuchadas por las radios Del Pueblo, Porteña, Excelsior, Stentor…
“Dos semanas antes, ya no había más entradas. Apenas si podían quedar algunas para las últimas filas… recuerdo que, a veces, venía Darío Víttori y me decía: ‘Dejame, vas a ver como yo te las vendo’ y el mismo se ponía a ofrecerlas. Otro que se dedicaba personalmente a vender entradas era Osvaldo Papaleo que representaba a José Larralde”.
Sandro (“llenó en todas las presentaciones”); Mercedes Sosa, Alberto Cortés, Los Midachi (“hicieron furor”), Fito Páez… pisaron el escenario del cine Urquiza mientras nuestro entrevistado los escuchaba desde la boletería. “A veces costaba hasta desalojar la sala: cuando venía Sandro las mujeres se volvían locas y lo esperaban a que saliera del camarín. Él, que se ve que es un tipo macanudo, se quedaba piola, esperando que se fueran, tomando whisky y comiendo sandwiches de miga”.
La rutina de tantos años en la boletería le otorgó cierta cancha para detectar a los espectadores revoltosos o, mediante un juego de espejos, a quienes querían ‘colarse’.
“Uno se daba cuenta también por la forma en que se movían o porque ya los conocía”.
El legendario cine Urquiza cerró en el ‘90 y nuestro boletero se tomó su lustro sabático.
PARAMOUNT
En el ´95 se reinauguró – a todo lujo , con toda la tecnología – el cine Paramount y en su nueva boletería se produjo la reaparición de…¿Adivinan quién?.
El pibe que nació a orillas del Maldonado andaba cuando lo entrevistamos por sus increíbles y vitales 74 años. Atildado, prolijo, educado, seguía casado con la cordobesa de su juventud: Delia Melaragno.
El matrimonio tuvo una hija – Liliana – y dos nietitas: Pamela y Nadia… “que son una preciosura, buenas, inteligentes…”, chocheó.
Jubilado de la Fuerza Aérea, continuaba insistiendo en que el “cine atrapa…; para mí, es tanto un trabajo como un entretenimiento…”.
Reconoció, sí, que el tipo de empleo es “un poco esclavo porque hay que trabajar sábados, domingos y feriados, pero, la verdad, cuando no tengo que venir, extraño”.
Nuestro vecino falleció hace diez años: el sábado 30 de marzo de 2013, a sus 90 años.
Cuando se escriba la historia del cine de nuestro barrio, Luis Dománico – junto a tantos acomodadores, operadores y carameleros queridos – seguramente tendrá un capítulo bien ganado.