Fue cuando empezó el invierno de 1781 – un 21 de junio como hoy – cuando un señor llamado Diego Cassero le compró a Isidro Burgos una franja de tierras que si la proyectáramos a los planos actuales se extendería a varios municipios; incluso, hasta ciertos barrios de la geografía porteña.

LA CASONA DE DON DIEGO CASSERO (y sus extendidos alrededores)

En un rincón de esa franja – precisamente en el espacio que actualmente ocupa el Colegio Militar – don Diego en 1788, levantó una casona  (foto) de 24 habitaciones y, entre otras comodidades, un mirador.

Seguramente desde esta atalaya, el hombre podría observar el crecimiento de, se estima, alrededor de 130 mil plantas frutales; también, el de los eucaliptus y ombúes que ya daban su sombra desde el siglo 17, tiempo en que los pampas se dedicaban poco a la agricultura y mucho, se cuenta, a la caza del ñandú o del venado.     

A toda esta suma de tierras se la empezó a conocer como Monte de Cassero. El paso del tiempo fue deformando el apellido hasta llegar al Caseros actual.

Es probable que fue sólo por el aleatorio dinamismo de los límites municipales, propio de los albores de los primeros registros catastrales, que le cupo a nuestro pueblo / barrio identificarse con el apellido de don Diego, apellido al que se le quitó una de las ‘s´ del medio para trasladársela al final.

BATALLA DE CASEROS

A la casa de 24 habitaciones, la historia argentina le tenía reservada un par de episodios centrales: fue en sus inmediatos alrededores, en la mañana del 3 de febrero de 1852, donde se desarrolló la Batalla de Caseros, bisagra del acontecer político, económico e institucional de nuestro país.

Fue también bajo los techos de esa casa – cuya propiedad ya era por entonces de Simón Pereyra – donde se realizaron las reuniones preliminares del Pacto de San José de Flores, tratado fundamental donde Buenos Aires aceptó sumarse a la Confederación Argentina.

Cuando las tierras mencionadas ya pertenecían a María Antonia y María Luisa Iraola, las mujeres decidieron donar diez hectáreas al gobierno para que sean destinadas a la construcción del Colegio Militar.

Tanto la casona de don Diego, que fue restaurada, como el palomar que edificó (ver aparte) fueron declarados lugar y monumento histórico, respectivamente, el 21 de mayo de 1942.